Emmett Weather se miró con profunda atención al espejo antes de abandonar su departamento del hotel Taos, en Santa Fe. Quería convencerse de que no había descuidado ningún detalle de su atuendo y de que no haría el ridículo al presentarse en la villa de Dan Claney cuando fuese oficialmente a pedirle la mano de su hija Nesta, de quien se había enamorado perdidamente. Emmett comprobó que su chaqueta de recio pero costoso paño, no le hacía arrugas y le sentaba bien, sobre todo en sus anchos hombros, que el pantalón de ante descendía recto y también sin arrugas hasta las lustradas botas de alto tacón, rematados éstos por las grandes y plateadas espuelas de rodaja típicas de Chihuahua, que el cinto tenía la hebilla derecha y que la pistolera estaba abrochada, dejando asomar el mango de hueso de su «Colt» y que el pañuelo rojo que siempre ceñía al cuello, estaba anudado flojo y con gracia, colgando en punta sobre sus anchas espaldas.