Unos golpes discretos dados en la puerta del despacho sacaron a Jane Fleet del doloroso ensimismamiento en que se hallaba sumida. Sacudió su negra y brillante cabellera en un gesto de desesperación y exclamó:Adelante.Un peón quedó en el vano de la puerta en actitud respetuo-sa. — ¿Qué sucede, Abel?—Ama; ahí están el juez, el notario y el sheriff. Les acom-paña el señor Barry Quirk.Jane sintió un angustioso estremecimiento en todo su cuerpo. Adivinaba el objeto de aquella visita y sabía que nada podía hacer para evitarla.El rancho que su padre Herbert levantara a pulso, tras mu-chos años de ruda pelea hasta verle florecer como uno de los mejores de la cuenca de Taos, iba a dejar de ser de su propie-dad. Manos extrañas y rapaces se apoderarían de él, y lo que fue su cuna y su orgullo se convertiría sólo en un sueño y en un recuerdo torturador para su indeciso porvenir.