- Donald Curtis
- La muerte elije
—Lo siento, Doug, pero queda despedido. Y como si el decir esto hubiese sido algo superior a sus fuerzas, mi jefe se recostó con indolencia en su asiento. Era muy natural. Había faltado a mi obligación, largándome sin pedir permiso a nadie. Allí no solía consentirse que los redactores se tomasen las vacaciones por propio impulso. Había perdido mi empleo en el «Journal». Tomé la cosa con filosofía, y dando media vuelta salí del despacho de mi director. Creo que mis compañeros de redacción me saludaron cuando crucé la oficina, pero no respondí a ninguno. Ya en la calle, me dirigí a la estación más próxima del subterráneo. De allí me trasladé a Brooklyn, donde tenía alquilado un pequeño departamento por el módico precio de cinco dólares a la semana. La señora Spencer estaba barriendo el portal cuando llegué.