Sydney levantó la palanca del dictáfono. —Sí —le dijo una voz suave al otro lado. —¿Puedes venir un momento, Dorothy? —Claro. Se oyó un ruido en el despacho contiguo y al rato unos golpes en la puerta. —Pasa, Dorothy. Apareció en el umbral una muchacha joven (no más de veintitrés años), morena, los ojos verdosos o azules, esbelta... —Ven un segundo, Dorothy. La aludida avanzó. Tenía una media sonrisa en el dibujo suave de sus labios. La mirada azul o verdosa, nunca se sabía a ciencia cierta de qué color eran los ojos de Dorothy Gregg, que miraban a su jefe y amigo con expresión interrogante. Vestía un modelo de calle de punto de lana, estilo camisero, de un azul intermedio, ni celeste ni oscuro, atado a la cintura por un cinturón de cuero azul oscuro y un pañuelo de lunares en torno al cuello, predominando el blanco y el azul muy oscuro.