—¿Eres tú, Carolina? —Hum —gruñó ésta, avanzando a través del lujoso pasillo, apoyada en su bastón de ébano—. Sí, soy yo. Cecilia Warren salió al encuentro de su amiga. —Si tardas un poco más, hubiese ido yo a tu casa; Emily tiene la culpa de mi retraso. Emily, que jugaba al otro extremo del diván, vistiendo y desvistiendo una muñeca, apenas si levantó los ojos para mirar a las dos damas. Ambas, sin fijarse en la niña, penetraron en el saloncito acogedor y fueron a sentarse, una frente a otra, al lado de la chimenea. —Qué día más pésimo —se lamentó Carolina Welmar—. Apuesto a que nevará esta noche —miró en torno—. ¿Qué es del tunante? Cecilia suspiró. —Hace dos días que no aparece por casa. Seguro que tiene una modelo encantadora en el estudio.