Alvaro Hontoria (treinta y un años, aspecto despreocupado e indiferente) penetró en el local nocturno y lanzó una mirada en torno. —Buenas noches, don Alvaro. Nuestro amigo giró despacio hacia la persona que le saludaba. Sonrió de aquel modo en él peculiar, entre desdeñoso y divertido. —Hola, Benigno. —Venga, venga, don Alvaro. El señor Hontoria, con su habitual cachaza, aparente o verdadera, siguió al encargado del cabaret.