O terminaba de salir de la ducha y estaba a medio vestir cuando oí que llamaban Insistentemente a la puerta de mi apartamento. No estaba citado con nadie. Y deseaba descansar, relajarme, tras un día de trabajo que había sido más bien duro. Dispuesto a no permitir que nadie me fastidiase, terminé de peinarme. Insistían en la llamada. Y al fin llegó a mis oídos una voz juvenil, femenina, bastante bien conocida: —¡Abre, Jerry! ¡Sé que estás ahí! ¡Soy Connie!